Dejar de hacer para ser

Hace muchos años, en septiembre del 2009, me encontraba en Berlín con mi familia, de vacaciones. Un viaje organizado meses antes, era la primera vez que viajabamos con mi hija Laura que en ese entonces tenía 4 años, teníamos mucha ilusión y yo mucho miedo, que como madre primeriza quería tener todo bajo control y organizado para que no ocurriera nada en ese viaje, sobre todo que mi hija estuviera cubierta con todo lo que podría necesitar, (recuerdo ahora con mucha risa, por la locura que significa, que en la maleta llevé potitos y batidos de chocolate por si a ella no le gustaba la comida germana) ¡uff!

Sé que Berlín es una gran ciudad, pero el tema no pasaba por el lugar, más bien pasaba por mí, por mis miedos y la sobre exigencia, (autoimpuesta), que me acompañaba desde el minuto que nació mi hija y pensaba que debía dar la talla como si alguien fuese a fiscalizar mi trabajo.

Llegamos a un apartamento en medio de Charlottenburg, un sitio precioso con unas vistas maravillosas, estábamos encantados! Todo pintaba a que iba a ser un viaje perfecto. El segundo día de estar allí, de visita a Legoland, hice un mal gesto y mi espalda comenzó a fallar, me comenzó a doler un poco. El problema fue que después de pasado ese día, el dolor se transformó en insoportable y ya no podía caminar, ni mantenerme de pié. El segundo día tuvimos que visitar un hospital alemán y su diagnóstico fue un “Pinzamiento en el nervio ciático”. Este diagnóstico, se volvió a repetir en diciembre del 2009, el mismo día en que acababa el año y dábamos comienzo al 2010…el problema fue que me acompañaría durante todo esa temporada.

Ahora con la perspectiva de los años, me doy cuenta de cómo estaba llevando mi vida en ese tiempo y que fue un gran golpe, doloroso a nivel físico, emocional y mental…Me tumbó en las tres esferas de mi vida, me paró cuando no podía o creía que podía hacerlo, mi cuerpo no reaccionaba a la rehabilitación y tardó mucho en volver al tono físico que tenía antes, parecía una abuelita.
Tardé en volver a correr, a caminar sin cojear, a estar sin dolor y sobre todo, introdujo en mí un profundo miedo a que me volviera a pasar. Cuando ya estaba rehabilitada (después de 1 años y ½) y comenzaba a tener las mismas molestias que me llevaron al pinzamiento, entraba en pánico y comenzaba a revisar qué estaba haciendo mal…Eso significó para mí este tiempo, fue un período en que la vida me enseñó a revisar qué estaba haciendo mal,qué debía cambiar y por dónde comenzar.

¿Qué significa PARAR?
Significa conectar contigo, con tus necesidades, con tu sombra, con ese lado que no nos gusta e incluso con aquello que nos conecta con nuestra alma. PARAR, a veces, es la única manera que la vida/universo encuentra posible para que nos comuniquemos con ese ser esencial que está escondido, sin ver la luz.
PARAR significa apagar los estímulos externos para solo centrarnos en nosotros, lo que está guardado y no le damos el “volumen” suficiente”.

¿Qué aprendí?
Aprendí a que no puedo controlarlo todo, a que si las cosas no salen como “creo” que deben ser, no pasa nada, y que seguro serán de la manera perfecta y necesaria para el momento.

Aprendí a que si no paras tú, te paran.
Aprendí a escuchar/me, a estar más consciente de lo que me rodeaba e incluso a agradecer lo afortunada que ya era.

Aprendí que cuando la vida/pandemia nos hace parar, nos confina o nos quita algo o a alguien, es una oportunidad para encontrarnos, querernos, mimarnos y poner muy alto el sonido de nuestro interior y lo que éste nos quiere decir.